Sobre la anfibología o cuando la ambigüedad es un problema
No nos ocuparemos aquí de la anfibología o ambigüedad del discurso desde un punto de vista filosófico o retórico (aunque lo último, hay que admitirlo, puede llegar a ser bastante tentador), sino estrictamente desde el punto de vista gramatical. Desde esta perspectiva, entonces, diremos que la anfibología es el doble sentido involuntario de una frase, cláusula u oración producido por un mal ordenamiento sintáctico.[1]
Una de las formas más habituales de incurrir en esta falta, según lo que estipulaba la Gramática académica de 1931, es «no esquivar aquellos giros donde sea difícil conocer inmediatamente el sujeto y el objeto directo de la oración»[2]. La obra citada nos ofrece dos ejemplos que ya son parte medular del repertorio didáctico de nuestra lengua: «la espada corroe el orín» y «Cicerón recomienda a Tirón a Curio», en «donde el sentido únicamente descubre el sujeto, o quien sepa que Tirón era un siervo queridísimo del célebre orador romano»[3]. No cabe duda de que el sentido (incluso el común) nos indica que la espada no puede corroer el orín, pero lo enunciado en el segundo ejemplo seguirá siendo confuso aun si estamos al tanto de la existencia de Tirón, pues pudo Cicerón desear que aquel enseñara, por ejemplo, sus siglas a Curio, de manera que el recomendado sería este.
En casos como el señalado, esto es, frases compuestas por un sustantivo en acusativo y otro en dativo, con la preposición a determinando a cada uno de ellos, la anfibología parecería ineludible. Se ha propuesto, para evitarla, escribir el acusativo sin una preposición que lo anteceda. Esto, por desgracia, solo es posible en algunos casos. Si podemos suprimir la preposición cuando se trata, por ejemplo, de una ciudad y decir Prefiero Ámsterdam a Roma, no nos es posible hacerlo cuando el objeto directo es un nombre propio de persona, pues tan incorrecto sería decir Deberías recomendar Luis a Silvio como Deberías recomendar a Luis a Silvio. Del mismo modo, si el objeto indirecto no es nombre propio, la frase se construirá colocando en primer término el directo; así diremos: Judas vendió a Jesús a los fariseos.
Los pronombres personales pueden también dar lugar a anfibologías, especialmente cuando se emplean en dativo y acusativo, y cuando son dos o más los sustantivos a los cuales pueden referirse. Para ilustrar lo antedicho, el gran Andrés Bello nos propone el siguiente ejemplo: «A Juan se le cayó un pañuelo, y un hombre que iba tras él lo tomó y se lo llevó». Aquí, como vemos, no logramos precisar si el hombre se quedó con el pañuelo o si corrió hasta donde estaba Juan para devolvérselo.
Algo análogo sucede cuando se dice El padre quiere a su hijo porque es bueno, en donde no queda claro si la bondad es un atributo del padre o del hijo. Aquí la anfibología la ocasiona la supresión del pronombre antes de bueno, pero habría persistido si el pronombre en cuestión hubiera sido el personal él, que remite tanto al sustantivo padre como al sustantivo hijo (El padre quiere a su hijo porque él es bueno). Lo indicado aquí sería recurrir a un pronombre demostrativo del tipo este o aquel, que variará según el sustantivo al cual se quiera remitir (El padre quiere a su hijo porque este [el hijo] es bueno o El padre quiere a su hijo porque aquel [el padre] es bueno).
Detectamos otro caso de anfibología en la segunda parte de El Quijote, concretamente en el capítulo 11 (la aventura de «Las Cortes de la Muerte»), cuando Sancho dice: «Vuesa merced temple su cólera, que, según me parece, ya el diablo ha dejado el rucio, y vuelve a la querencia»[4]. Aquí puede entenderse que el que vuelve a la querencia es el diablo, lo cual se debe a que en la última proposición se ha omitido un sujeto (rucio) que en la anterior funciona como objeto directo.
Es asimismo
muy común incurrir en anfibología mediante el uso irreflexivo del posesivo su. Si decimos, por ejemplo, Discutían con ella sobre sus problemas,
no se sabe si los problemas sobre los cuales se discutía son de ella o de
alguno (o algunos) de los demás interlocutores. Esta anfibología se salvaba en
su momento, siguiendo el modelo de nuestros clásicos, mediante la utilización,
pleonástica si se quiere, del posesivo su/sus
más una construcción compuesta por la preposición de y el pronombre personal que corresponda en cada caso: su/sus de él, su/sus de ella, su/sus de
ellos o su/sus de ellas. Hoy en
día, no obstante, los manuales de estilo recomiendan no emplearla, entre otras
razones, por considerarla sumamente artificial. Además, no debemos olvidar que
—y esto, sin ir más lejos, es lo que hemos intentado explicar en este artículo—
se puede evitar la anfibología tan solo valiéndose de un ordenamiento
sintáctico más claro.
Imagen de Gerd Altmann en Pixabay.
[1] Por lo
general, se cree que la anfibología es un simple descuido estilístico que
afecta la frase, cláusula u oración solo en un nivel semántico. Este artículo
intenta demostrar que, al tener la anfibología un origen relacionado con la
sintaxis, debe estudiarse como un problema gramatical.
[2] Academia Española. Gramática
de la lengua española, Madrid, Espasa-Calpe, 1931.
[3] Ibíd.
[4] Miguel de Cervantes Saavedra. Segunda parte del
ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, en Obras completas, Madrid, Aguilar, 2003.
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