La metáfora desde el punto de vista gramatical
El sustantivo, el adjetivo,
el verbo y el adverbio —entendidos como categorías gramaticales— pueden también
tener un uso metafórico. Este uso concreto, no obstante, permite ser estudiado
desde una perspectiva sintáctica y de acuerdo con las normas de selección que
hacen compatibles los términos metaforizados con el resto de los elementos de
la frase.[1]
El sustantivo y el adjetivo, por
ejemplo, están condicionados por su propia estructura semántica, estructura en
la que se basa también su capacidad de relación sintáctica con otras categorías
morfológicas. El sustantivo está constituido por un núcleo de sentido más o
menos estable y una serie de notas que forman su índice de «dispersión
semántica»[2];
cuando el sustantivo se usa en sentido propio, permanece como núcleo, y solo
algunas de las notas se actualizan, nunca todas: la referencia del sintagma esta mesa no tiene todos los rasgos que puede admitir el
sustantivo mesa, porque al concretarse en una
realidad actualizada en un contexto (indicada por el determinante esta), no sabemos si la mesa en cuestión es cuadrada o
redonda, alta o baja, de madera o de cristal.
Ahora bien, no podemos considerar
metafórico un uso que actualiza una de las posibilidades codificadas del
sustantivo. ¿Qué quiero decir con esto? Intentaré explicarlo brevemente.
Pensemos que, por lo general, los diccionarios, además de señalar los sentidos
propios de los términos, indican los sentidos figurados como posibles
acepciones. Esto significa que algunos usos metafóricos fueron ya incorporados
al sistema como usos figurados, es decir, fueron ya aceptados por el código.
Así pues, el sintagma mesa redonda no puede
considerarse como uso figurado porque el adjetivo redonda
pertenece al conjunto de semas que denotan la forma de la mesa, pero sí se
puede considerar de esa manera cuando mesa redonda se
refiere a una reunión en la que no hay quien la presida. Tanto las normas de
selección que enuncia la semántica transformacional como los sinsentidos de los
que habla la lógica matemática pueden tenerse en cuenta en esta argumentación:
cada sustantivo posee la facultad de relacionarse virtualmente con un número
determinado de adjetivos, unos fijos (epítetos), otros que se especifican en el
texto porque suponen, o bien alternativas excluyentes (alto/bajo,
grande/pequeño), o bien series abiertas (redondo,
cuadrado, oval, etc.); cualquier otro adjetivo que exceda la capacidad
virtual del sustantivo se relacionará con él solo de manera metafórica.
Como vimos, la naturaleza del
sustantivo como unidad morfológica admite una serie de relaciones con los
adjetivos; sin embargo, conviene distinguir también la naturaleza del adjetivo.
La expresión mesa cordial, por ejemplo, parece
metafórica, y lo es si entendemos cordial como un
adjetivo humano, por el contrario, si aceptamos que cordial significa ‘agradable al tacto o a la vista’, mesa cordial podría entenderse literalmente como ‘mesa
suave al tacto, de color y aspecto agradable o de buen diseño’.
El sustantivo, en definitiva, es una
unidad semánticamente compleja. Los adjetivos, en cambio, tienen una estructura
semántica mucho más sencilla: enuncian una sola nota, que puede a su vez ser
aplicada a varios campos semánticos. Así, dulce puede
ser una impresión placentera: dulce vida; un sabor
determinado: vino dulce, o un rasgo de conducta: carácter dulce. Por este motivo, para calificar como
metafórica la expresión dulce vida tendríamos que
aceptar que el adjetivo dulce pertenece únicamente al
campo semántico de los sabores, pero si admitimos que este adjetivo expresa a
la vez que lo dulce es agradable, no podríamos tomar por metafórica dicha
expresión.
Con el verbo sucede algo similar. El
valor semántico del núcleo verbal indica si las relaciones sujeto-predicado
pueden considerarse normales, metafóricas o simbólicas. Tomemos como ejemplo la
frase la anciana cacarea. Tal como advertimos,
estamos ante una relación de tipo metafórica, porque
el verbo cacarear solo puede llevar como sujeto
propio el sustantivo gallina, de lo que podemos
deducir que la anciana es una gallina.
En suma, las relaciones sintácticas
de la metáfora están en estrecha relación con la categoría morfológica y con la
estructura semántica de los términos metaforizados. Delimitar dichas relaciones
nos permitirá tener una mejor comprensión de la oración en cuanto enunciado y
del fenómeno metafórico en cuanto hecho lingüístico.
*Texto incluido en Me queda la palabra: inquietudes de un asesor lingüístico.
[1] De hecho, cualquier metáfora puede entenderse como una
equivalencia entre un término real y otro irreal o imaginario. Por ejemplo, en
la metáfora La luna es una piedra arrojada contra los
parabrisas nocturnos, el elemento real es La luna
y el elemento irreal o imaginario con el que se pretende establecer la
equivalencia es una piedra arrojada contra los parabrisas
nocturnos. Sintácticamente hablando, este tipo de equivalencias
necesitan siempre de un verbo copulativo.
[2] Véase Tatiana Slama Cazuca. Lenguaje y
contexto, Barcelona, Grijalbo, 1970.
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