Del texto al hipertexto

 



Históricamente, el texto impreso (en cualquiera de sus variantes) ha sido el vehículo de transmisión cultural por excelencia. Ni siquiera los medios audiovisuales —pese a sus evidentes ventajas— consiguieron igualar el poder de la imprenta. Sin embargo, con la llegada de Internet, este paradigma se vio modificado.

La aparición del hipertexto[1] introdujo una serie de cambios tecnológicos que impactaron positivamente en las prácticas de lectura y escritura. Ya no se escribe como hace cuarenta años, ya no se lee como hace veinte; no obstante, gracias a Internet, las nuevas generaciones escriben y leen más que las pretéritas.

Uno de los cambios más significativos que impuso el hipertexto es el paso de la lectura secuencial a la multisecuencial. Como bien sabemos, el texto impreso se caracteriza, entre otras cosas, por respetar la linealidad[2] del signo lingüístico. En contraste con esto, el hipertexto permite un acceso no lineal a la información por medio de saltos a través de enlaces, lo cual implica una ruptura del hilo discursivo tradicional. La estructura hipertextual, por lo tanto, le permite al lector moverse sin limitaciones por un documento determinado en función de sus propios intereses y concentrarse en un bloque textual específico sin tener que leer el resto del contenido ofrecido.

Otro cambio digno de destacar es la aparición de nuevas posibilidades de elaboración y construcción del conocimiento. En el campo de la documentación, por ejemplo, la llegada del hipertexto supone un avance indiscutible, a tal punto que la Web, de algún modo, ya se ha convertido en una especie de biblioteca universal a la que cualquier persona puede acceder desde cualquier parte del mundo y en tiempo casi real, no solo para obtener información (que es lo esperable), sino también para aportarla.

Internet, asimismo, ha creado nuevas formas de edición y publicación, tanto es así que, en nuestros días, cualquier usuario puede convertirse en editor, «impresor» y distribuidor de sus propias obras, valiéndose de instrumentos mucho más sencillos, accesibles y menos costosos que los que se requerían en otras épocas.

Ahora bien, ninguno de estos cambios —sin duda importantísimos— tenía como fin afectar los niveles ortográfico, morfosintáctico y estilístico de los textos que circulan por la Web. Si eso ocurrió es debido al descuido de muchos de los usuarios, que, probablemente cautivados por la facilidad con la que pueden generar y manipular contenidos textuales, no se toman el trabajo de revisar si estos están en condiciones de ser publicados.

En suma, la escritura en Internet, entendida fundamentalmente como discurso, sigue siendo secuencial, es decir, sigue ajustándose a los principios lógicos que caracterizan al texto impreso. Dicho de otro modo, el hipertexto no elimina los principios normativos de la escritura, tan solo crea nuevas formas de circulación y almacenamiento de lo escrito.









[1]  El hipertexto es una red de nodos que están interrelacionados entre sí mediante enlaces. Comúnmente, los puntos de enlace o indicadores aparecen resaltados en la pantalla del ordenador (por ejemplo, los textos subrayados que se ven en muchos documentos de la Web). Cuando el usuario selecciona el enlace marcado, el sistema de hipertexto rastrea y visualiza el nodo que está del otro lado.

[2]  El texto, entendido como unidad lingüística, posee las mismas características del signo saussureano. Ferdinand de Saussure, en su Curso de lingüística general, plantea que el signo lingüístico es una entidad biplánica compuesta por la unión de un significado y un significante, cuyas principales características son la arbitrariedad (la unión entre el significado y el significante es inmotivada, es decir, puramente convencional o arbitraria) y la linealidad (los elementos del signo se presentan uno tras otro, encadenados en la línea del tiempo, y nunca de manera simultánea).

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