El texto y el paratexto
Los que nos dedicamos de
una forma u otra al estudio de las ciencias del lenguaje acostumbramos a
manejar conceptos muy complejos que, en definitiva, terminamos por naturalizar,
a tal punto que después nos cuesta trabajo aventurar una definición más o menos
satisfactoria si pretendemos explicarlos. Eso ocurre, por ejemplo, con la palabra texto.
En una de sus obras más importantes,
el catedrático español Enrique Bernárdez recopila once definiciones de este
vocablo, de las que rescato la de Ilia Romanovich Galperin por ser sumamente
funcional a los fines de este artículo. El lingüista ruso sostiene que un texto
es «un mensaje objetivado en forma de documento escrito, que consta de una
serie de enunciados unidos mediante diferentes enlaces de tipo léxico,
gramatical y lógico. Tiene carácter modal bien definido, orientación pragmática
y una adecuada elaboración literaria»[1].
Ahora bien, es muy poco probable que
un texto escrito se presente por sí solo; generalmente lo acompañan otros
elementos que intentan establecer su lectura y orientar su interpretación.
Prólogos, epílogos, dedicatorias, epígrafes, títulos, subtítulos, notas,
imágenes, gráficos, etc., conforman eso que llamamos paratextos,
es decir, aquellos elementos subsidiarios de un determinado texto que compensan
la falta de información que pueda haber en él.[2] A
continuación, veremos cómo se manifiestan en tres de las instancias de
escritura más usuales.
1. El paratexto en la escritura literaria
Los paratextos literarios
son elementos históricamente variables, pues no todos tienen vigencia en una
misma época ni tampoco mantienen fijas sus formas de composición. Además,
suelen cambiar según el tipo de género que los acoja. Por ejemplo, el
título no se ha mantenido estable como clase de texto; de hecho, en la
actualidad es raro encontrar obras literarias con títulos tan extensos como El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, que por
obvias razones tendemos a llamar solo Don Quijote. Sin
embargo, ahí tenemos a La increíble y triste historia
de la Cándida Eréndira y su abuela desalmada, de Gabriel García
Márquez, que ya desde un principio nos advierte
que se trata de una historia de exageraciones y dislates.
La novela, en efecto, admite una
interesante articulación con paratextos provenientes de otros discursos, prueba
de esto es la numerosa lista de novelas que insertan textos de otros géneros
discursivos, que juegan con las notas al pie o que se valen de dispositivos
anacrónicos. Vida y opiniones del caballero Tristram
Shandy, de Laurence Sterne, incluye elementos gráficos,
tipográficos y discursivos absolutamente variados, como páginas en negro, o
marmoladas, capítulos bilingües, en latín y en inglés, etc. La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares, juega
con la voz del condenado que llega a la isla y escribe el relato de su
naufragio, y la del editor que publica el texto anónimo, pero agregándole notas
que lo desmienten o satirizan. Palinuro de México, de
Fernando del Paso, encabeza, a modo de parodia, cada capítulo con un breve
resumen, siguiendo el esquema de las novelas clásicas.
Si bien es cierto que quienes
redactan los paratextos suelen ser traductores, comentaristas, editores o
impresores, es importante que el escritor también tenga en cuenta esta tarea
desde el inicio mismo del proceso de escritura. Fundamentalmente, porque, tal
como lo hemos señalado, la utilización de paratextos puede convertirse, de vez
en cuando, en un interesantísimo recurso estilístico.
2. El paratexto en la escritura académica
El paratexto académico goza
de los mismos atributos que el texto académico. Es claro, ordenado, carece de
ambigüedad, segmenta la información en distintas unidades y ayuda al lector a
jerarquizar las ideas que el texto en sí presente.
Muchos libros de estudio utilizan
viñetas, cuadros, gráficos e imágenes para organizar mejor los materiales y
hacer más apreciables los conocimientos ahí vertidos. Parte de la tarea del
estudiante universitario consistirá, por lo tanto, en adiestrarse en la lectura
de estos dispositivos. Cuando los alumnos leen la fotocopia de un capítulo sin
conocer el libro del cual este procede, sin revisar las notas al pie o sin
examinar cuadros, gráficos y demás, se privan de recibir la información
necesaria para la comprensión total del material.
Los textos académicos —ponencias,
monografías o tesis— están hipercodificados en lo que respecta al uso del
paratexto. Las universidades, los comités de redacción de revistas científicas
o las comisiones organizadoras de congresos y jornadas cuentan con normas que
disponen cómo han de redactarse y componerse los textos para su aprobación,
publicación y lectura, y la infracción de alguna de esas normas puede
eventualmente invalidar el trabajo.
Por convención, el contenido de estos
tipos de texto se segmenta en tres grandes apartados: introducción, cuerpo de
trabajo y conclusiones.[3] Cada
capítulo se subdivide, a su vez, en partes menores, con títulos y números que
señalan la jerarquía que tienen en la estructura general. El cuerpo del trabajo
suele incluir antecedentes, material y método, resultados, discusión y
comentarios.[4] La
portada, las notas al pie o al final de capítulo, las remisiones a otras partes
del texto, la bibliografía, los anexos, los índices, cuadros, gráficos y tablas
son paratextos necesarios para organizar el texto central de la investigación.
3. El paratexto en la escritura periodística
En los diarios y revistas,
los paratextos están compuestos por los sumarios o índices, las remisiones
desde tapa a alguna página, la disposición de las secciones, el diseño y la
maquetación, para citar tan solo algunos ejemplos. Todos los paratextos están
estandarizados, en términos de escritura, tipografía y composición, y el
periodista debe usarlos conscientemente, de acuerdo con los criterios del medio
para el cual trabaje.
Los textos periodísticos, asimismo,
se valen de infografías, fotos e ilustraciones, con sus respectivos epígrafes.
Los titulares tienen unidades que aportan información de diferente importancia
(volanta o antetítulo, título y bajada). El titular es el paratexto de mayor
importancia en estos géneros, es la «primera línea de lectura»[5] y
la primera unidad informativa que recibe el lector.
Muchos estudiantes de periodismo
piensan que, para que un título sea atrayente, este debe ser impreciso o
informativamente incompleto, ya que, según ellos, el lector deseará satisfacer
su inquietud leyendo el contenido del artículo. El libro de estilo de El País, sin embargo, opina todo lo contrario: «Los
titulares y la entrada deben satisfacer la curiosidad primera del lector, que
ha de quedar enterado sin necesidad de acudir al resto de la información»[6].
*Texto incluido en Me queda la palabra: inquietudes de un asesor lingüístico.
[1] Enrique Bernárdez. Introducción a la
lingüística del texto, Madrid, Espasa-Calpe, 1982.
[2] Véase Gerard Genette. Palimpsestos: la
literatura en segundo grado. Madrid, Taurus, 1989.
[3] Véase Carlos A. Sabino. Cómo hacer una tesis
y elaborar todo tipo de escritos. Buenos Aires, Lumen/Humanitas, 1998.
[4] Véase Roberto Cataldi Amatrian. Los informes
científicos (cómo elaborar tesis, monografías, artículos para publicar,
etcétera). Buenos Aires, Lugar Editorial, 1998.
[5] Luis Pazos y Sibila Camps. Así se hace
periodismo: manual práctico del periodista gráfico. Buenos Aires,
Paidós, 1996.
[6] El País. Libro de estilo. Madrid,
Ediciones El País, 1991.
Comentarios
Publicar un comentario