El texto como producto social
1. Texto y acción social
En un sentido amplio, el
texto es una unidad constituida por discursos conectados entre sí que
representan una determinada información en el marco de una actividad socialmente
definida.[1]
Una de sus funciones principales es la de organizar los discursos según el modo
de transmisión, sobre todo, al establecer quién es el que interviene en ellos y
cuánto dura esta intervención.
El género o tipo de texto representa
el conjunto de opciones que establecen la relación entre el habla y la acción
social más amplia en la que se inserta el texto en cuanto hecho lingüístico.
Por consiguiente, el tipo de texto menos marcado sería la conversación, ya que
esta tiene como marco la acción social de desarrollar las relaciones de
familia, amistad, etc. Sin embargo, como se dijo anteriormente, para que el
texto se integre en la acción social de la que forma parte es clave la
transmisión. Por ejemplo, en una conversación familiar no están señalados los
turnos ni su duración, mientras que en un debate parlamentario todo esto está
previsto por un reglamento.
Desde una perspectiva cognitiva y
social, un tipo de texto corresponde a la comunidad de quienes están
capacitados para entenderlo y para usarlo como parte de una acción social más
amplia. Así, los textos económicos corresponden a una comunidad (la de expertos
en economía), los literarios a otra (la de escritores y lectores), etc. Como
tipo no marcado, la conversación pertenece a la comunidad general de hablantes.
El estilo propio de cada tipo de
texto es lo que se conoce como registro. Las lenguas
de especialidad, los llamados lenguajes o discursos profesionales y científicos (económico,
deportivo, jurídico, etc.), son en realidad registros de determinados tipos de
texto, que poseen sus términos específicos y sus características propias de
construcción.[2]
Del mismo modo, la llamada lengua coloquial es el
registro característico de la conversación y de otros tipos de texto con
estilos informales, como puede serlo la carta personal. El periodismo, la
literatura y la publicidad conforman también diferentes tipos de texto, cada
uno con sus propios registros.
2. El espejismo de la escritura
La principal diferencia en
lo que respecta a la transmisión es precisamente la que se da entre la oralidad
y la escritura. Conviene aquí no confundir ortografía con escritura, ya que la
ortografía es el sistema de representación escrita de la lengua, y la
escritura, el conjunto de técnicas que permite conservar y transmitir
representaciones de la lengua.[3] La
escritura, sin ir más lejos, se inventó con un sistema ideográfico, que tardó
muchos años en convertirse en un sistema ortográfico. En otras palabras, no es
la ortografía, sino la escritura la que transformó los modos de producir
comunicación.
La escritura ha dividido el proceso
comunicativo en dos fases: la redacción y la lectura. Al mismo tiempo, aumentó
inmensamente la capacidad de gestión de información: hay obras tan largas que,
en su momento, sus autores no pudieron memorizarlas por completo, y el solo
hecho de poder dejarlas registradas por escrito facilitó su difusión y
conservación.
No obstante, la escritura produce en
ocasiones el espejismo de creer que, por tener el escrito que representa un
texto, se dispone del texto propiamente dicho. Se puede responder a esto de la
siguiente forma: solo se oye la sinfonía cuando alguien canta su melodía o
cuando la orquesta la toca; la partitura es su representación, el conjunto de
instrucciones para producirla. Lo mismo ocurre con el texto y el documento
escrito: el texto sería aquí la sinfonía, y el documento escrito, la partitura.
Así pues, es necesario reconstruir el texto a partir del escrito, y esto supone
un proceso en el que intervienen varios factores (lingüísticos, semiológicos,
sociológicos, psicológicos, enciclopédicos, etc.).
En suma, hay unidades de sentido que
se pueden representar ideográfica u ortográficamente en un escrito, pero si el
destinatario del mensaje no puede reconstruir esas unidades, solo verá señales
ininteligibles en el papel o en la pantalla. Solo habrá texto, entonces, una
vez que el destinatario haya reconstruido los signos del escrito.
3. Tentaciones en las que no hay que caer al analizar un texto
Es tentador analizar los
tipos de texto según su finalidad social; sin embargo, desde una perspectiva
lingüística, lo correcto sería hacerlo según las propiedades de organización de
sus discursos. Claro que estas propiedades están subordinadas a la acción
social de la que forma parte el texto, pero no necesariamente a su finalidad.
Como en las demás unidades, en el texto se produce la doble relación de arriba
abajo, en la que la unidad componente que es núcleo confiere (proyecta) sus
propiedades al total de la unidad.[4] En un
contrato, por ejemplo, hay una unidad de discurso en el que las partes
contratantes manifiestan su conformidad mediante una firma. En una noticia
periodística, el titular puede considerarse como el núcleo que organiza la
lectura del cuerpo de la noticia: se comprueba su posición nuclear por el hecho
de que se puede leer solo el titular, pero no la noticia sin el titular.
Ahora bien, así como en el discurso
hay un esquema o marco cognitivo que organiza el conjunto de las oraciones, en
el texto hay un esquema cognitivo que se inserta en el de la acción social
correspondiente. En un restaurante, por ejemplo, la conversación entre camarero
y cliente asume la organización que la inserta en la actividad de proporcionar
y recibir el servicio de comida. No obstante, en ocasiones, esta organización
es vulnerada deliberadamente, así pues, muchos anuncios publicitarios se
camuflan como otra cosa para evitar el modo de lectura de la publicidad, que
muchas veces consiste en no leerla.
Otra tentación es pensar que el tema
tratado define el tipo de texto. Pero esto no necesariamente es así. Una
intervención quirúrgica, por ejemplo, puede ser el tema de una ponencia para un
congreso científico, de una noticia periodística, de la publicidad de un
hospital, de un relato de ficción o, incluso, de una conversación online entre dos usuarios de la red. Lo que define el tipo
de texto, en definitiva, son las propiedades de organización relacionadas con
su transmisión, propiedades que en sí están conectadas con el tipo de acción
social en el que se produce y recibe el texto.
*Texto incluido en Me queda la palabra: inquietudes de un asesor lingüístico.
[1] Véase Enrique Bernárdez. Teoría y
epistemología del texto, Madrid, Cátedra, 1995.
[2] Enrique Alcaraz, José Mateo Martínez y Francisco Yus (coord.). Las lenguas profesionales y académicas, Barcelona, Ariel,
2007.
[3] Véase Susana Rodríguez Rosique. Pragmática y
gramática, Fráncfort del Meno, Lang, 2008.
[4] Véase Teun van Dijk. Texto y contexto:
semántica y pragmática del discurso, Madrid, Cátedra, 1980.
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