El discreto encanto de la morfología
1. Generalidades
En la actualidad, la
morfología se define como «la parte de la gramática que se ocupa de la
estructura de las palabras, las variantes que estas presentan y el papel
gramatical que desempeña cada segmento en relación con los demás elementos que
las componen»[1].
Es, sin ir más lejos, el tratado de las formas de las palabras, o sea, lo que
la Real Academia Española llamó en su momento analogía
y, antes que eso, etimología.
La morfología suele aparecer al
principio de los manuales de gramática, pues se supone que es necesario conocer
las palabras antes de ordenarlas según las reglas de la sintaxis. Sin embargo,
hasta hace no muchos años, las gramáticas empezaban por la prosodia, que
ocupaba el sitio que hoy ocupa la fonética y la fonología. Las tendencias más
contemporáneas han llegado a un acuerdo mucho más satisfactorio, cuyo resultado
podemos apreciar en el ordenamiento de la ya citada Nueva
gramática del español, publicada en 2009 por la RAE y la ASALE.[2]
Como ya hemos visto, la primera
misión de la morfología es la clasificación sistemática —y, en lo posible,
lógica— de las partes de la oración. Pero este es precisamente uno de los
problemas más difíciles con el que se han enfrentado los gramáticos a lo largo
de la historia. Las diez partes tradicionales de la oración castellana se
redujeron con el correr del tiempo a nueve, aunque el célebre Andrés Bello, por
poner un ejemplo de prestigio, no admitía sino siete.[3]
Otro objeto de la morfología es
estudiar la flexión en sus dos aspectos de declinación y conjugación; los
cuales, por muchas que hayan sido las simplificaciones sufridas por una lengua,
no dejan de existir en aquellas que llamamos flexivas.
Para este estudio, la morfología considera las palabras aisladamente, teniendo
en cuenta nada más que su estructura material y prescindiendo de las relaciones
sintácticas o semánticas que guarden unas con otras.
Por lo dicho hasta aquí, es fácil
advertir la íntima relación que guarda la morfología con la composición de las
palabras y con su etimología. Así pues, en muchos vocablos compuestos, la
morfología nos enseña, por ejemplo, que el plural de cualquiera
es cualesquiera, pero el de ferrocarril
es ferrocarriles y no *ferroscarriles,
como dicen algunos hablantes poco avezados. Del mismo modo, en lo tocante a la
etimología, la morfología nos permite saber, por ejemplo, la razón por la cual
los verbos enjugar y desjugar
no siguen la irregularidad del verbo jugar.
En cuanto a las relaciones de la
morfología con la sintaxis, debemos decir que su importancia es tal que indujo
a algunos gramáticos a hablar de morfosintaxis[4].
Aun así, las distinciones entre una y otra son evidentes: la morfología estudia
la forma de las unidades lingüísticas, y la sintaxis, las funciones específicas
de dichas unidades.
2. Palabra, forma lingüística y morfema
Todo acto de habla se
compone de una o varias palabras. Por lo general, podemos saber cuándo termina
una palabra y cuándo comienza otra en virtud de una de sus características más
apreciables: la separabilidad. Llamamos separabilidad
a la facultad que tienen las palabras de aislarse o separase unas de otras
mediante una pausa que no aparece en la elocución normal. En el lenguaje
escrito, estas pausas virtuales se expresan con espacios en blanco que
justamente aíslan y separan unos vocablos de otros. De esta manera, por
ejemplo, sabemos que la oración Los corredores que ganaron
la carrera eran franceses consta de ocho palabras.[5]
Una porción de discurso superior a la
palabra es el grupo fónico, que se define como la secuencia comprendida entre
dos pausas sucesivas. Por ejemplo, la oración Los árboles,
cargados de frutos, embellecían el huerto consta de tres grupos fónicos:
Los árboles, / cargados de frutos,
/ embellecían el huerto.
Tanto la palabra como el grupo fónico
son formas lingüísticas o formas gramaticales. Pero, en cuanto formas
lingüísticas, existe una importante diferencia entre ambos: mientras que el
grupo fónico es una forma libre porque constituye un enunciado (producto del
habla con sentido unitario), la palabra no lo constituye, salvo que pueda
concebirse como grupo fónico (ejemplos: —Sí; —Ayer; —No). Con todo, muchas
palabras carecen de esta capacidad, como las inacentuadas, los artículos, las
preposiciones, las conjunciones y los pronombres proclíticos (situados delante
del verbo) o enclíticos (situados detrás del verbo).
Una tercera forma lingüística es el
morfema, que se define como la mínima sucesión de fonemas dotada de
significación. En algunos casos, el morfema puede coincidir con la palabra y,
por lo tanto, la palabra constará de un solo morfema (con,
buen, luz). En otros casos,
el morfema es parte de la palabra: reloj-ero, animal-es, pequeñ-ín, mal-dad, pudié-se-mos.
Los morfemas de esta última clase reciben el nombre de morfemas trabados,
porque no se pueden emplear solos, sino unidos a palabras que tienen un uso
independiente (en los ejemplos citados, reloj, animal, pequeño, malo, poder).[6]
Los morfemas trabados se dividen a su vez en dos grupos: los morfemas
derivativos, llamados también sufijos (-ero, -ín, -dad)
y los morfemas flexivos, llamados también desinencias
(-se, -mos, -es).
3. Más sobre los morfemas derivativos y flexivos
Todos los miembros que constituyen
una serie cerrada de morfemas flexivos se organizan en un conjunto o sistema
denominado paradigma. Así, el paradigma del verbo cantar comprenderá todas las formas de dicho verbo: canto, cantas, cantaré, cantando, etc.
En suma, los morfemas derivativos tienen
un carácter predominantemente léxico,
pues afectan el significado de la palabra, y los flexivos, un carácter
predominantemente gramatical, pues afectan la forma de la palabra.
*Texto incluido en Me queda la palabra: inquietudes de un asesor lingüístico.
[1] RAE y ASALE. Nueva gramática de la lengua
española. Manual, Madrid, Espasa, 2010.
[2] Esta obra apareció en dos volúmenes, consagrados exclusivamente
al estudio de la Morfología y la Sintaxis. El tercer volumen, dedicado a la
Fonología y la Fonética, apareció dos años más tarde. La demora no fue casual,
sino parte de una nueva forma de entender la división de la gramática, división
que se explica muy bien en estas líneas: «En su sentido más estricto, la
gramática estudia la estructura de las palabras, las formas en que estas se
enlazan y los significados a los que tales combinaciones dan lugar. En este
sentido, la gramática comprende la morfología, que se ocupa de la estructura de
las palabras, su constitución interna y sus variaciones, y la sintaxis, a la
que corresponde el análisis de la manera en que se combinan y se disponen
linealmente, así como el de los grupos que forman. La gramática es, pues, una
disciplina combinatoria, centrada, fundamentalmente, en la constitución interna
de los mensajes y en el sistema que permite crearlos e interpretarlos. No son
partes de la gramática la SEMÁNTICA, que se ocupa de todo tipo de significados
lingüísticos (no solo de los que corresponden a las expresiones sintácticas), y
la PRAGMÁTICA, que analiza el uso que hacen los hablantes de los recursos
idiomáticos. Aun así, las consideraciones pragmáticas se hacen necesarias en la
descripción de numerosos aspectos de la gramática. En un sentido más amplio, la
gramática comprende, además, el análisis de los sonidos del habla, que
corresponde a la FONÉTICA, y el de su organización lingüística, que compete a la
FONOLOGÍA» (RAE y ASALE. Óp. cit.).
[3] Véase Andrés Bello. Gramática de la lengua
castellana, Buenos Aires, Editorial Losada, 1949 [1847].
[4] Véase María Elena Azofra Sierra. Morfosintaxis
histórica del español: de la teoría a la práctica, Madrid, UNED, 2009.
[5] Desde el punto de vista de la significación, la palabra se puede
definir también como la mínima secuencia de segmentos dotada de significado y
susceptible de ser aislada mediante pausas.
[6] Algunos autores llaman al lexema (unidad morfológica a la que se
une el morfema) morfema base. Para no confundir al
lector, nos abstenemos de usar aquí esa denominación.
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