Sintaxis y desplazamiento de sentido
En una de sus obras más
difundidas, el semiólogo francés Roland Barthes plantea lo siguiente: «Las
fuerzas de la libertad que se encuentran en la lectura no dependen de la
persona civil, del compromiso político del escritor, que después de todo, no es
más que un “señor” entre otros, ni siquiera del contenido doctrinal de su obra,
sino del trabajo de desplazamiento que ejerce sobre la lengua»[1].
El desplazamiento del que habla
Barthes muestra que los signos lingüísticos valen tanto o más que las propias
estructuras sintácticas. Así pues, muchas veces, una oración, por más que sea
gramaticalmente impecable, puede ocasionar en el lector un obstáculo semántico
mayor que el propiciado por el léxico. Se trata, por lo tanto, de un contenido
que no transgrede las reglas de la normativa, sino que evidencia un problema
que excede el campo de acción de la gramática.
Tomemos como ejemplo la oración Te pido que vuelvas. Tenemos un sujeto tácito [yo], un predicado (Te pido que vuelvas),
un objeto directo (Te), un verbo núcleo (pido) y una proposición subordinada en función de objeto
directo (que vuelvas). La construcción sintáctica,
por lo tanto, responde a las normas, y, desde este punto de vista, la oración
es clara. También es claro el uso del lenguaje. Sin embargo, si no se explica
el contexto, tendremos un posible desplazamiento de sentido. La expresión Te pido que vuelvas encierra tanto un reclamo afectivo como
un llamado imperativo. Este matiz no está ligado a la sintaxis, sino que es
patrimonio de la enunciación y del valor que el mensaje adquiere dentro del
contexto.
No obstante, en otros casos la normativa sí interviene en el mensaje. Basta detenerse en las siguientes oraciones:
La obra de mi amiga preferida por la crítica.
La obra preferida por la crítica de mi amiga.
Aquí la anfibología pertenece al
orden sintáctico, ya que no es dominio del contexto.[2]
Ninguna de las dos oraciones es correcta si se quiso decir que la crítica
prefiere determinada obra. La primera frase, mal construida, sugiere que la
crítica no prefiere la obra, sino a una amiga de quien escribe, y la segunda
sugiere que la crítica fue realizada por esa amiga.
Huelga decir que nada tienen en común
las faltas sintácticas y la connotación. No obstante, como hemos visto, los
textos revelan en su tipología que la gramática y la lingüística se conectan a
partir de los enunciados.
¿Qué hacer entonces para no caer en
estas trampas? Pues bien, cuando un fragmento ofrece una correcta estructura
desde el punto de vista gramatical, corresponde establecer hasta qué punto la
corrección está ligada a la lingüística del discurso, ya que, como sabemos, la
comprensión de un texto no solo depende de su correcta escritura, sino también
de las posibilidades que el texto ofrezca de reconstruir o identificar sus
referentes.[3]
Con respecto a la información, vale
la pena agregar que la estructura cerrada de la frase es solo un índice. La
comprensión lectora ve más allá del repertorio de palabras aisladas y de la
sintaxis, ya que se apoya en otros aspectos, tales como la coherencia, la
cohesión, la enunciación, el valor de las macroestructuras y las clases de
discurso.[4]
Si tenemos en cuenta todo esto, la
aplicación de reglas gramaticales deberá responder a las exigencias de una
organización integral del texto, en la que, naturalmente, se vean comprometidos
los diferentes planos del discurso y, de un modo más o menos implícito, también
las distintas posibilidades de escritura.
[1] Roland Barthes. El grado cero de la escritura, Buenos Aires, J. Álvarez, 1967.
[2] Véase Lucien Tesnière. Elementos de sintaxis
estructural, Madrid, Gredos, 1994.
[3] Véase Tzvetan Todorov. La ciencia del texto,
Barcelona, Paidós, 1982.
[4] Véase Alain Berrendonner. Elementos de
pragmática lingüística, Barcelona, Gedisa, 1987.
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