La escritura, la gramática, la estilística

 



1. LA LENGUA COMO MATERIA VIVA

Desde épocas inmemoriales, la humanidad se ha preocupado por la propiedad y corrección del léxico que emplea al escribir, pero también por la disposición de cada una de las partes del discurso. El cuidado del estilo, la pulcritud de la expresión, la búsqueda de la forma más depurada y convincente para llegar con la palabra al corazón de los lectores ha sido una de las aspiraciones fundamentales de cualquier escritor, incluso antes de que la «ciencia» en la que se apoyan estos conocimientos se diera a conocer con el nombre de estilística.

Todos experimentamos alguna vez deseos de poner por escrito lo que pensamos o sentimos, aquello que nos gustaría que los demás supieran, pero sin tener que vernos en la obligación de decírselo en la cara. Otras veces, en cambio, creemos que tenemos algo que reúne la belleza y el interés suficientes como para confiárselo a algún editor para que este lo convierta en libro (con la innegable sobreexposición que esto supone). En cualquier caso, la escritura es siempre fruto de una necesidad expresiva y, como tal, podemos valernos de técnicas que nos ayuden a plasmarla.

Si bien la capacidad imaginativa es innata, las técnicas de escritura pueden aprenderse. Por esta razón, lo primero que deberá hacer todo aquel que quiera dedicarse a la escritura es adquirir un buen dominio de la retórica, la gramática y la estilística, no solo para redactar con propiedad y elegancia, sino también para conocer a fondo la materia viva en la que ha decidido adentrarse: la lengua.

2. LA ESCRITURA FRENTE A LA NORMATIVA GRAMATICAL

Cuando utilizamos el verbo escribir solemos conferirle alguno de estos significados: el trazado de las letras (tener buena o mala caligrafía), la escritura de las palabras (tener buena o mala ortografía) o la expresión correcta y ordenada del pensamiento (hacer un buen o mal uso de la gramática). Estas tres acepciones, a todas luces, son indiscutibles, pues definen tres aspectos concurrentes de la escritura.

El primer aspecto, el trazado de los signos, se obtiene durante los años de enseñanza preescolar y primaria, y se perfecciona con el paso del tiempo (de hecho, la letra de las personas cambia constantemente hasta conseguir cierta fijación). El segundo aspecto, la adquisición de la corrección ortográfica, es un hecho más consciente, y, para su aprendizaje, se requiere un mayor esfuerzo. El tercer aspecto, el buen uso de las normas gramaticales, es el más complejo de los tres, a tal punto que no siempre se logra su total discernimiento.

Las personas que se dedican a escribir deben manejar con eficacia las tres técnicas, pero, particularmente, la última. Como bien sabemos, la caligrafía hoy en día ya no es tan importante, puesto que la mayoría de los textos se escriben con el teclado de una PC o de una laptop. La ortografía, por lo mismo, está cubierta en gran parte por los procesadores de textos, que pueden corregir automáticamente los errores de muchas palabras e incluso evitar el empleo de voces y términos repetidos. Aun así, el empleo adecuado de la normativa gramatical sigue siendo un factor deficitario en la escritura.

Quizá, el hecho de que se hable de una «normativa» aterrorice un poco al escritor, que a menudo prefiere afirmar su libertad expresiva antes que seguir reglas estrictas. Con todo, pensar la gramática en esos términos es un error que los mismísimos gramáticos condenan. Emilio Alarcos es muy claro al respecto:

Una gramática es, pues, normativa con independencia de que sus normas queden envueltas por fuerza en este o aquel excipiente metalingüístico. Ya no sería gramática el resultado de reducir la exposición de los hechos a un seco repertorio de usos correctos e incorrectos, sin dar ninguna explicación, como el viejísimo Appendix Probi. Y ya sabemos los hablantes neolatinos el brillante éxito práctico de los esfuerzos normativos del Pseudoprobo: casi todo lo que condenaba ha triunfado en los romances. Conviene así que el normativismo se forre de escéptica cautela. En el orden jerárquico interno de la gramática, primero viene la descripción de los hechos; de su peso y medida se desprenderá la norma, siempre provisional y a merced del uso.[1]

Como toda técnica, las vinculadas con el lenguaje son difíciles y, por lo tanto, requieren un cuidadoso aprendizaje. Sin embargo, si este aprendizaje se realiza ordenadamente y sin prejuicios, la adquisición de conocimientos que nos permitan expresarnos con propiedad será más fácil y sostenible.

3. LA ESTILÍSTICA, UNA DISCIPLINA ORDENADORA

La estilística estudia los procedimientos expresivos capaces de conferirle a un texto la belleza y propiedad que necesita. Karl Vossler, de hecho, consideró la estilística como el centro del estudio de la lengua y llegó a afirmar que de la estilística se puede descender a la semántica, la sintaxis, la morfología y la fonética.[2]

Ahora bien, en sus comienzos, la estilística fue tenida apenas como una disciplina preceptiva, es decir, como un conjunto de normas y modelos de escritura que se le imponía al escritor. Fue recién a principios del siglo XX, gracias a los estudios de Charles Bally, que esta evolucionó hacia un método crítico más complejo, lo que dio lugar a la aparición de una estilística descriptiva, una estilística interpretativa (próxima a la crítica literaria) y una estilística histórica.

Pero la cosa no termina aquí. Ante la necesidad de encontrar una excusa válida para hacer de la estilística una «ciencia del estilo», se habló años después de una estilística lingüística (que afecta al habla propiamente dicha) y de una estilística literaria (que tiene que ver con el habla literaria, entendiendo por habla la utilización del sistema de la lengua por cada uno de los hablantes).

No obstante, las investigaciones acerca de los problemas que plantea esta rama de las ciencias del lenguaje no concluyen con las corrientes mencionadas; de hecho, otros autores, dentro de los cuales cabe mencionar a Rafael Lapesa,[3] partiendo de la distinción entre lengua afectiva y lengua intelectual, tratan de encontrar capas y polivalencias estilísticas, pero circunscribiéndose a las particularidades sociales del habla. Es en este punto en el que la estilística —más allá de que en la actualidad haya perdido gran parte de su antiguo esplendor— sigue cumpliendo un decisivo papel ordenador, no solo para las diferentes posibilidades expresivas del discurso, sino también para los distintos procesos cognoscitivos que generalmente las engendran.

 





[1]  Emilio Alarcos Llorach. Gramática de la lengua española, Madrid, Espasa-Calpe, 1999.

[2]  Véase Karl Vossler. El lenguaje como creación y evolución, Madrid, Poblet, 1929.

[3]  Véase Rafael Lapesa. Estudios lingüísticos, literarios y estilísticos, Universidad de Valencia, 1987.

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