El significado oracional y su contexto

 


Muchos manuales de lengua definen la oración como un «conjunto de palabras que tiene sentido completo y autonomía sintáctica». Pues bien, debo confesar que esta definición no me parece del todo precisa. Indudablemente, una oración (en cualquiera de sus variantes) debe poseer autonomía sintáctica para que la consideremos correcta desde un punto de vista gramatical; sin embargo, su sentido no siempre es completo, al menos, no desde un punto de vista enunciativo.

Tomemos como ejemplo esta oración: «Tal vez vaya el viernes». Sin duda, tiene autonomía sintáctica, pues hay un sujeto tácito en primera persona y un núcleo verbal con sus correspondientes complementos debidamente interrelacionados. Pero ¿tiene sentido completo? Diría que no. Sí tiene un sentido que irradia de la misma construcción gramatical, ya que podemos comprender sin dificultades lo que la oración dice; no obstante, la información que transmite, a simple vista, es incompleta (¿quién es ese yo que enuncia?, ¿a dónde es que irá tal vez el viernes?). En cambio, si hubiéramos sabido desde un principio que esta oración era una respuesta a la pregunta ¿Cuándo vendrás a cenar a casa, Rocío?, nuestra recepción hubiera sido diferente, pues la información que no encontramos en la respuesta la hubiéramos encontrado en la pregunta. Como podemos observar, el sentido completo de la oración de nuestro ejemplo solo se obtiene si la conectamos con otra oración, que, en este caso, es una oración interrogativa.

Naturalmente, no todas las oraciones están tan desprovistas de información como la que acabamos de presentar. Veamos, por ejemplo, esta otra, perteneciente a un cuento del mexicano Juan José Arreola: «El forastero llegó sin aliento a la estación desierta»[1]. Esta oración, al igual que la de nuestro primer ejemplo, posee una indiscutible autonomía sintáctica, pues hay un sujeto expreso en tercera persona y un predicado verbal con sus correspondientes complementos, pero, por cómo está formulada, parece que nos ofreciera muchos más datos que aquella. Con todo, esta es solo la primera oración del cuento, de lo que debemos colegir que cualquier otra información que pueda llegar a faltarnos la iremos obteniendo a medida que avance el relato. En efecto, después de esta primera oración, vienen las siguientes: «Su gran valija, que nadie quiso cargar, le había fatigado en extremo. Se enjugó el rostro con un pañuelo, y con la mano en visera miró los rieles que se perdían en el horizonte. Desalentado y pensativo consultó su reloj: la hora justa en que el tren debía partir»[2]. Tal como podemos observar, el párrafo se completa con tres oraciones que remiten de manera irreductible a la primera, mediante una serie de deícticos[3]. Así, queda claro que la mutua dependencia entre oraciones no se limita a los casos de preguntas y respuestas.

Los datos que, por lo general, le faltan a una oración para alcanzar su sentido completo, es decir, para ser entendida como enunciado, se los aportará el contexto en el que ese enunciado es emitido. En el plano de la escritura, lógicamente, el contexto lo proporciona el mismo texto. Por lo tanto, insistir en que el significado de una oración no está determinado por su contexto equivale en algún punto a rechazar la idea de textualidad.[4]

Se suele creer que toda oración tiene un significado en el contexto nulo o cero, pero casi nunca es así. La oración forma parte de un bloque más amplio —llámese párrafo, llámese capítulo, llámese texto— en el que encontramos los mismos procedimientos que operan en su interior. Con esto quiero decir que la sintaxis no se limita a la oración. Existe una unidad superior, también sintáctica, a la que la oración se integra de manera natural para configurar definitivamente su sentido.[5]

Lejos de lo que puede llegar a suponer el lector, el razonamiento que hasta ahora vengo llevando adelante dista mucho de ser una apología de la gramática textual. Diría más bien que se trata de un inevitable llamado de atención al esquematismo que, por momentos, exhiben algunos gramáticos. El propio Gili Gaya (a quien no podemos sindicar de ser afín a la gramática textual) dice al final de una de sus obras más consultadas: «El discurso se divide en unidades intencionales a las que hemos llamado oraciones»[6]. Aunque admite que «su estudio excede los límites de la Sintaxis»[7], analiza, sin embargo, la «expresión gramatical»[8] de «relaciones que van más allá de la oración»[9], como las conjunciones que sirven de «enlace extraoracional»[10] y las frases conjuntivas (pues bien, ahora bien), así como la repetición, la anáfora y la elipsis.

Recordemos que lo que hace posible un texto es la cohesión y la coherencia. La cohesión se produce a partir del uso de conectores, pronombres anafóricos y reglas de concordancia. La coherencia, por su parte, a partir del desarrollo de un tema o tópico de discurso que es común a todas las oraciones. 

Como dijimos al principio de este artículo, no se puede llegar al pleno significado de una oración si no se tiene en cuenta el contexto en que esta se produce. En cada unidad sintáctica, dentro y fuera de la estructura oracional, se llevan a cabo una serie de procedimientos que contribuyen a urdir el sentido total del enunciado. Estos procedimientos también constituyen una sintaxis, pero una sintaxis que no trabaja con palabras, sino con oraciones.

 



[1]  Juan José Arreola. «El guardagujas», en Confabulario definitivo, Madrid, Cátedra, 2006.

[2]  Ibíd.

[3]  Los deícticos son aquellas palabras (fundamentalmente, pronombres y adverbios) que remiten a personas, situaciones o lugares que ya han sido mencionados en el texto o están por mencionarse en él. Son los principales elementos de cohesión textual

[4]  Véase Vidal Lamíquiz. El enunciado textual: análisis lingüístico del discurso, Barcelona, Ariel, 1994.

[5]  Véase Enrique Bernárdez. Teoría y epistemología del texto, Madrid, Cátedra, 1995.

[6]  Samuel Gili Gaya. Curso superior de sintaxis española, Barcelona, Bibliograf, 1961.

[7] Ibíd.

[8] Ibíd.

[9] Ibíd.

[10]  Ibíd.

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