Nuevas reflexiones sobre normativa y corrección lingüística

 



De acuerdo con la segunda acepción del DLE, el término normativa se refiere al ‘conjunto de normas aplicables a determinada materia o actividad’[1]. En lo que a nuestro ámbito respecta, puede decirse que es tarea de la gramática normativa prescribir una serie de normas o preceptos para hablar y escribir con corrección. En el caso de España y de los países hispanoamericanos, estas normas son emitidas y respaldadas por la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española.[2] La normativa del español, en consecuencia, es el conjunto de normas (fundamentalmente gramaticales, pero también ortográficas y léxicas) que se aplican a nuestra lengua y que rigen su correcta expresión oral y escrita.

Entre los distintos niveles de lengua (culta, popular, vulgar, rural, etc.), la gramática normativa del español eligió la lengua culta como modelo de prestigio. No obstante, cabe señalar que no todo depende de ella: el uso, cuando se hace general, también pasa a formar parte de la norma. Al respecto, José Martínez de Sousa nos dice lo siguiente: «El uso lingüístico está representado por el conjunto de reglas gramaticales más o menos estabilizadas y empleadas por la mayoría de los usuarios de una lengua en una época dada y en un determinado medio social»[3].

Lo cierto es que la norma actúa como guía para que los hablantes se expresen de la forma más inteligible posible; dicho de otro modo, ayuda a despejar dudas. Por ejemplo, si se duda de si la oración *La muchacha lee a una revista está bien redactada, la norma demostrará que efectivamente no lo está, ya que el objeto directo referido a cosas no puede ir precedido por la preposición a. Asimismo, si se duda de si la oración *Hubieron muchas personas en la fiesta es correcta, la norma confirmará que no, pues cuando el verbo haber se emplea para indicar la sola presencia o existencia de personas o cosas, funciona como impersonal y, por lo tanto, se usa en tercera persona del singular.

Existen, no obstante, tres clases de normas: la lingüística, la pragmática y la académica. La norma lingüística permite que los hablantes del español se comuniquen normalmente unos con otros; es la que los convierte en miembros de una misma comunidad, pues se trata de la norma ejemplar, de «la realización colectiva del sistema»[4]. La norma pragmática, centrada en el habla individual, refleja por su parte la creatividad de cada hablante, su ser íntimo, esto es, su libertad. En efecto, podemos decir con Coseriu que «la originalidad expresiva del individuo que no conoce o no obedece la norma puede ser tomada como modelo por otro individuo, puede ser imitada y volverse, por consiguiente, norma»[5]. Por último, la norma académica estudia la norma pragmática y la homologa, es decir, acepta su legitimidad al confirmar la difusión de su uso. Ahora bien, hay que aclarar que la norma pragmática no se transforma de inmediato en norma académica y, muchas veces, esta transformación directamente no se verifica.[6]

En definitiva, la norma académica, al distinguir lo correcto de lo incorrecto,[7] realiza una valoración, pero esta no tiene por qué ser inamovible. Por ejemplo, la locución prepositiva luego de, usada tanto en la escritura como en la oralidad (Se lo explicaré luego de que termine de hacer estas correcciones), fue desechada durante mucho tiempo por la RAE, que recomendaba la locución prepositiva después de en su lugar. La prodigalidad de su uso permitió que la institución española la incorporara, como argentinismo y mexicanismo, en la vigésima segunda edición de su Diccionario, y desde entonces así se mantiene.[8]

Antes de concluir con estas reflexiones, conviene admitir que existe cierta atávica antipatía por la norma, y esto quizá se deba al no menos atávico temor a lo perfectible. Tanto es así que hay personas que prefieren escribir «a su manera» antes que admitir que desconocen buena parte de las reglas gramaticales u ortográficas. Esta es a todas luces una actitud equivocada. La norma, con todas las modificaciones que de seguro irá adoptando con el tiempo, es siempre necesaria; porque, contrariamente a lo que se cree, esta no hace que la lengua se estanque o fosilice, sino que le aporta espesor y sentido a su continua y creativa evolución.

 






[1]  Real Academia Española (2018). Diccionario de la lengua española (en línea), Madrid, consultado el 4 de junio de 2019 en https://dle.rae.es/?id=QcpSlwx.

[2]La Nueva gramática de la lengua española, publicada por la RAE y la ASALE en 2009, es la vigente gramática normativa de los hispanohablantes.

[3]  José Martínez de Sousa. Diccionario de usos y dudas del español actual, Barcelona, Bibliograf, 1996.

[4]  Claudio Wagner. Lengua y enseñanza: fundamentos lingüísticos, Santiago de Chile, Andrés Bello, 1989.

[5]  Eugenio Coseriu. Teoría del lenguaje y lingüística general, Madrid, Gredos, 1989.

[6]  Dentro de la norma pragmática, distinguimos usos normales y anormales; por ejemplo, el plural de tórax es los tórax (uso normal) y no, *toraxes, *toraces, *tóraxes o *tóraces (usos anormales). Los usos anormales casi nunca se convierten en norma académica.

[7]  El uso y la tradición son los pilares que sostienen lo que entendemos por correcto, canónico o conforme a las reglas.

[8]  Véase Real Academia Española (2018). Diccionario de la lengua española (en línea), Madrid, consultado el 4 de junio de 2019 en https://dle.rae.es/?id=Ng77N8B.

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