Sobre el equilibrio inestable de la lengua

 



La lengua, lejos de ser un código exacto en el que a cada idea le corresponde una expresión, ofrece distintas operaciones para representar la misma idea. Dicho de otro modo, el sistema lingüístico tiene siempre más de una solución para sus problemas. La lengua, por lo tanto, se caracteriza por exhibir un equilibrio inestable entre soluciones que compiten entre sí.

Sin duda, la lengua ha sabido sacarle provecho a su histórica inestabilidad, y la prueba de esto puede encontrarse en la mismísima gramática. En efecto, cuando desmontamos un léxico, una sintaxis o un sistema fonológico, nos damos cuenta de que muchas veces sobran piezas. Pues bien, estas piezas sobrantes constituyen aquello que solemos aceptar como «incorrecciones» o, en el mejor de los casos, como «excepciones que confirman la regla». Fenómenos como este no deberían sorprendernos demasiado, ya que la gramática es un sistema que está, como diría Humboldt, «perpetuamente produciéndose a sí mismo»[1].

Para ilustrar mejor lo dicho anteriormente, tomemos por caso la siguiente oración: Detrás de esta aldea hay otra. Se trata de una construcción impersonal del verbo haber, es decir, de una construcción que carece de sujeto, pero no de objeto directo. Sabemos que es objeto directo porque podemos emplear el pronombre acusativo como referencia anafórica: Es verdad, la hay. Un verbo con objeto y sin sujeto puede parecer una rareza en nuestro idioma. Lo contrario, tener sujeto y no tener objeto, es más frecuente, pues es lo propio de los verbos intransitivos. Bien, hay un intransitivo (en consecuencia, nada raro en la sintaxis del español) que sirve también para indicar la presencia de algo: existir. De hecho, en el ejemplo mencionado, podemos cambiar el verbo hay por su par existe sin que se altere demasiado el sentido de la frase: Detrás de esta aldea existe otra. Tenemos, por lo tanto, dos verbos, haber y existir, y dos tipos de construcciones para expresar una idea. Sin embargo, la primera de esas construcciones es tan poco frecuente que obliga a muchos hablantes a usar haber como intransitivo; en otras palabras, del mismo modo que se dice existían otras, algunos hablantes creen que puede decirse habían otras. Por otra parte, de la misma manera que se dice éramos muchos allí y estábamos muchos allí, algunos hablantes piensan que puede decirse habíamos muchos allí. El resultado es, desde un enfoque funcionalista, una regularización (mediante analogía) de diferentes tipos de construcciones (haber es semejante a existir, ser y estar) y, desde un enfoque normativo, una falta imperdonable.

Al observar que no hay una estructura nueva —puesto que se trata de sujeto y verbo—, podemos estar de acuerdo con Emilio Ridruejo en que «esta innovación no supone modificación del sistema»[2], sino «una ruptura normativa del español»[3]. Pero al advertir que la construcción de verbo con objeto y sin sujeto deja de existir, comprobamos que sí ha habido un cambio. Podemos diferenciar el mecanismo de ese cambio de su especial propagación simplemente porque lo segundo supone siempre «una ruptura normativa». Con todo, lo más importante, y lo que más confunde, es que la idea representada por una y otra construcción (la «correcta» y la «incorrecta»), en puridad, es la misma.

Ahora bien, debido a su carácter estructural, siempre que intente simplificar un procedimiento, la lengua puede terminar por complicar otro. Un buen ejemplo de ello es el llamado leísmo. Parece ser una simplificación de la diferencia entre el acusativo (lo saludé) y el dativo (le di recuerdos), reducida a una sola posibilidad (le saludé, le di recuerdos); pero termina confundiéndose con el llamado laísmo, y así da lugar a otra diferencia, entre el masculino (le di recuerdos) y el femenino (la di recuerdos), diferencia que sin esta aparente simplificación no sería posible (se dice solo le di recuerdos, tanto a él como a ella). Estos cambios tienen que ver con el uso de la preposición a en el objeto, el complemento que antes no tenía preposición y por eso se llamaba directo. La complicación que este procedimiento origina no es solo distinguir el masculino del femenino, sino, también, del neutro (le vi, la vi, lo vi; esta última expresión se aplicaría, por ejemplo, a acontecimientos, mientras que las dos anteriores a personas). De un modo parecido se establece la distinción entre este, esta, esto, que hay en los demostrativos. Todo esto es consecuencia de haber eliminado las terminaciones de caso, las declinaciones y el género neutro en el resto de la lengua. En cierta forma, es como si en el seno del idioma español todavía se estuvieran arreglando los desperfectos que se produjeron en el latín tardío.[4]

La lengua, tal como hemos dicho, se caracteriza por exhibir un equilibrio inestable entre soluciones que compiten entre sí. Esa es su verdadera esencia: un conjunto de operaciones fonéticas, semánticas y léxicas que se va perfeccionando poco a poco y que va solucionando los desequilibrios que pudieran llegar a surgir en cada una de las operaciones mencionadas (aunque, tal vez, produciendo otros en muchos de sus intentos de actualización).

En definitiva, la lengua va cada tanto a boxes para reparar aquello que desarregló en algún tramo de su acelerado recorrido. Lo paradójico es que estos supuestos desarreglos no sobrevienen casi nunca por la necesidad de expresar nuevas ideas, sino para expresar las mismas de siempre, pero mediante procedimientos distintos.

 







[1]  Wilhelm von Humboldt. Sobre la diversidad de la estructura del lenguaje humano, Barcelona, Anthropos, 1990.

[2]  Emilio Ridruejo. «El cambio sintáctico», en Emilia Anglada y María Bargalló, eds. El cambio lingüístico en la Romania, Lérida, Virgili y Pagés, 1990.

[3]  Ibíd.

[4]  Concepción Company y Javier Cuétara Priede. Manual de gramática histórica, México, UNAM, 2008.

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