Normativa y teoría del lenguaje

 

I

Como bien sabemos, el concepto de gramática es un concepto evolutivo, un concepto que ha venido nutriéndose de sucesivos hallazgos a lo largo de la historia. Si nos remitimos a su origen, podremos advertir que las primeras nociones gramaticales de las que se tienen noticia en Occidente nacieron con los sofistas griegos. En tiempos de Alejandro Magno, estas nociones pasaron a Roma, donde finalmente adquirieron carta de ciudadanía. Los principios fundamentales de morfología y sintaxis quedaron en buena medida establecidos en el Medioevo con el llamado Trivium[1], y ya en el Renacimiento —como lo demuestran los textos de Nebrija, Muzio y Du Bellay— proporcionaron la base teórica de las gramáticas de las lenguas romances.

La línea gramatical que estamos delineando tuvo esencialmente un enfoque pragmático-normativo; no obstante, en esos años, también hubo enfoques filosóficos de enorme interés. Estas otras perspectivas partieron de la relación entre la gramática y la lógica, y es en Aristóteles donde hallaron las afinidades que les servirían de fundamento. Un ejemplo de esto puede ser la Gramática Speculativa, atribuida durante mucho tiempo a Duns Scoto y, desde principios del siglo pasado, a Tomás de Erfurt. Esta obra permite entender el lenguaje como uno de los principales problemas de la filosofía, a la vez que intenta instalar a la gramática como una disciplina de alcance universal.

Textos con características similares a las de la Gramática Speculativa dieron paso a lo que después se conoció como «gramática general», disciplina que pretendió crear una gramática aplicable a todas las lenguas, basándose en unas reglas tenidas asimismo por universales: las de la lógica. La influencia de estas ideas en España es incuestionable; sin ir más lejos, en 1784, don Bernardo María de Calzada le dedicó al general Ricardos su traducción de la Lógica, de Condillac, y en los primeros años del siglo XIX, la traducción de la Gramática general, de Destutt-Tracy,[2] comenzó a circular por las bibliotecas ibéricas.

II

«Quien observa la vida del lenguaje observa también la del espíritu que lo sustenta»[3], dijo alguna vez Guillermo Díaz-Plaja. Si estamos de acuerdo con este postulado, debemos inferir que el gramático no puede reflexionar sobre el lenguaje a partir de una norma estricta que excluya las formas que aún no han sido aceptadas por la Academia, sino que sus principales esfuerzos deben dirigirse a pensar el lenguaje como un organismo vivo. La gramática, entonces, ocuparía un lugar intermedio entre los fenómenos lingüísticos y aquello que llamamos normativa, pero sin ser demasiado rígida como para no aceptar a muchos de los primeros en la de por sí codificada órbita de la segunda.

Ahora bien, esta suerte de triunfo de la lingüística sobre la gramática se explica por el hecho de estudiar formas expresivas que están al margen de lo que normalmente se admite como válido, pues está visto que al lingüista no le interesa tanto la corrección de un signo, un sintagma o un enunciado como la existencia material de estos. ¿Qué debe hacerse entonces? ¿Renunciar a la gramática normativa? ¿Sustituirla por una concepción más amplia y científica, pero menos rigurosa?

Dámaso Alonso, preocupado desde siempre por la adaptación de las teorías lingüísticas a las necesidades de nuestro idioma, escribió en algún momento lo siguiente:

Es indudable que las ideas de Saussure nos han abierto una perspectiva nueva, que por ella vislumbramos lo que podría ser una gramática descriptiva del futuro. Pero hay que reconocer enseguida que todavía están muy lejos de poder sustituir a los cuadros lógicos (a veces tan artificiales) del pensamiento hablado, es decir, que no podemos prescindir de las categorías de la gramática usual.[4]

En definitiva, no habiendo podido constituirse una gramática filosófica, los que nos dedicamos al estudio de la lengua deberíamos trabajar con el método de análisis más amplio que tengamos a nuestro alcance, y este, naturalmente, no debería dejar de lado los aspectos descriptivos y normativos.

III

Como explicamos al inicio de este artículo, el concepto originario de gramática ha sufrido una formidable evolución a lo largo de la historia. Pero ¿acaso puede reemplazarse, sin mayores reparos, por alguno de sus posteriores «avatares»? Indudablemente, la gramática comparada, la gramática generativa y la gramática textual son campos a los que no se puede renunciar; sin embargo, las dos caras fundamentales de la gramática tradicional, es decir, la morfología y la sintaxis, abarcan temas que en la actualidad son imprescindibles.

Apliquémonos, pues, al estudio del lenguaje, pero sin olvidar estos aspectos. En otras palabras, hagamos una revisión del andamiaje teórico de la lengua que incluya la vieja, noble y desacreditada gramática, que, a pesar de todo, cuenta en nuestros días con un poderoso e inesperado aliado: Internet.[5]

Como es de suponer, la reivindicación de los estudios gramaticales que propongo debe coordinarse con una concepción de nuestra materia distinta a la que quiso imponernos la costumbre. Es sabido que durante mucho tiempo se entendió la gramática como un arte: el famoso «arte de hablar y escribir correctamente». Hoy debemos entender la gramática como una ciencia natural, ciencia que intenta clasificar y estudiar los hechos nuevos de la lengua, pero sin negar los ya aceptados y codificados por la norma. Sí, la gramática ha dejado de ser un arte para pasar a ser una ciencia: la ciencia de nuestro mecanismo expresivo, una cara —acaso la más elemental— de la teoría del lenguaje.

 






[1]  La educación antigua y medieval se estructuraba alrededor del Trivium, que reunía las artes relacionadas con la elocuencia (Gramática, Lógica y Retórica) y el Quadrivium, que agrupaba las disciplinas relacionadas con las matemáticas (Aritmética, Geometría, Astronomía y Música).

[2]  En efecto, existe una edición de la Gramática general, de Destutt-Tracy, traducida al español por J. A. Caamaño, que fue publicada en Madrid en 1822.

[3]  Guillermo Díaz-Plaja. Defensa de la crítica y otras notas, Barcelona, Editorial Barna, 1953.

[4]  Dámaso Alonso. «Sobre la enseñanza de la filología española», en Revista Nacional de Educación, número correspondiente a febrero de 1941.

[5]  Ya sea como necesidad del usuario, ya sea como simple contenido, los saberes gramaticales gozan en Internet de un privilegio inusitado. Para profundizar en este tema, véase Fundéu BBVA. Escribir en Internet: guía para los nuevos medios y las redes sociales, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2012.

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