Elogio del asesor lingüístico*



Vivimos en una época en la que la producción de textos está principalmente orientada hacia medios digitales o electrónicos. Este cambio de paradigma ha hecho que muchos técnicos y profesionales de la palabra (editores, filólogos, redactores, correctores de estilo, etc.) adaptaran sus conocimientos —y, en consecuencia, sus servicios— al nuevo y variado universo 2.0. La figura del asesor lingüístico es un claro ejemplo de este proceso de adaptación.

A diferencia de otros trabajadores del rubro, el asesor lingüístico está en condiciones de cubrir varias áreas a la vez: puede corregir textos, puede redactar textos y puede editar textos. Sin embargo, la suma de estas aptitudes no tendría ningún valor si no la acompañara una mirada integral y estratégica de la situación comunicativa en la cual esos textos, entendidos como hechos del lenguaje, terminarán por aplicarse. El asesor lingüístico posee esa mirada, y es precisamente esto lo que lo distingue de cualquier otro profesional de la escritura.

Debido a la amplitud de sus servicios, el asesor lingüístico suele trabajar para empresas, corporaciones e instituciones sin fines de lucro, ya que estas entidades saben, mejor que ningún otro usuario, lo importante que es el buen manejo del idioma para preservar y mejorar su imagen en la Web (recordemos que «descuidar la escritura de los contenidos web puede representar la pérdida de prestigio de la entidad que los publica o, incluso, el rotundo fracaso de un negocio»[1]). Así pues, luego de evaluar qué registro es el más conveniente para comunicar un mensaje determinado, el asesor lingüístico se entregará sin mayores dilaciones a la corrección, redacción o edición de los textos que se utilizarán para que el mensaje en cuestión llegue a los lectores de la manera más eficaz posible.

Huelga decir que el asesor lingüístico posee un amplio dominio de la ortografía, la gramática y el estilo, no solo para corregir los errores que puedan aparecer en los textos que recibe, sino también para redactar los propios, ya que, como es lógico, corregir con cierta soltura no necesariamente significa saber escribir bien. Tiene, además, vastos conocimientos de gramática textual, pragmática y semántica, que le serán muy útiles a la hora de sugerir a sus clientes el género discursivo más adecuado para sus fines comunicacionales.

Pero por sobre todas las cosas, el asesor lingüístico es un profesional que está actualizando permanentemente sus saberes, pues es consciente de que, solo de ese modo, su trabajo será cada vez más respetado y requerido. Y si tomamos en cuenta que cada día se producen más contenidos textuales para Internet, podemos estar seguros de que hace muy bien en pensar de esa manera.

 



[1]  Flavio Crescenzi. La redacción institucional en Internet: una guía definitiva de escritura, Bookboon.com, 2018.

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