Arturo Capdevila y su preocupación por el idioma

 



Arturo Capdevila fue un prolífico escritor cordobés (aunque no de la Córdoba califal de don Luis de Góngora y Argote, sino de la Córdoba virreinal de don Luis de Tejeda). Su obra, tan singular como heterogénea, abarca la poesía, la evocación histórica, el ensayo jurídico, el teatro, la novela e, incluso, la medicina, disciplina en la que en los últimos años de su vida también incursionó. Pero, como se colegirá del título mismo de esta entrada, no me ocuparé de esta faceta de su producción, sino de aquella otra en la que el escritor se muestra preocupado por asuntos de la lengua, asuntos por los que, como buen miembro de la Academia Argentina de Letras, siempre demostró un especial interés.


Primera muestra de esto fue su libro Babel y el castellano (1928), en cuyo prólogo advierte: «Un orgullo ha dictado este libro: el de hablar castellano, y una cosa querría patrióticamente el autor: comunicar este orgullo a toda la gente que lo habla»[1]. Oponiéndose a los criterios mayoritarios, Capdevila llega incluso a afirmar: «Tengo el coraje de ir contra el más frecuente y respetado de los lugares comunes. Es una gran mentira la soberanía del pueblo en las cosas del espíritu. Otra soberanía no hay que la muy incontrastable de la inteligencia avizora»[2]. No deja de ser llamativa la coincidencia de este alegato con aquella memorable frase de fray Luis de León que decía: «El bien hablar no es común, sino negocio de particular juyzio, ansi en lo que se dice como en la manera de como se dice»[3].


Después de aquel libro tan leído, comentado y varias veces reimpreso, Arturo Capdevila publicó Despeñaderos del habla (1948), en donde se dedicaba a desmenuzar los vicios del lenguaje de una manera quizá más sistemática, y, por último, Consultorio gramatical de urgencia (1963), recopilación de sus artículos aparecidos en el diario porteño La Prensa. En este último título quisiera detenerme.


Consultorio gramatical de urgencia muestra a un Capdevila que asume con comodidad su papel de censor de transgresiones idiomáticas; no obstante, el censor en cuestión se da el lujo de desempeñar este papel con amenidad y gracia superiores, y esto es justamente lo que hace tan agradable y provechosa la lectura del libro. En él, además de dar cuenta de las faltas gramaticales habituales en la Argentina de aquellos días (muchas de las cuales, por desgracia, persisten), Capdevila realiza curiosas investigaciones sobre un extranjerismo que, por cuestiones geográficas, solo afecta a su país, me refiero a los llamados brasileñismos.[4] Ejemplos de esto bien pueden ser las palabras bochinche, batuque, con sus inequívocas reminiscencias africanas; carpa por ‘tienda de campaña’; cimarrón por ‘ganado arisco’ o ‘mate amargo’; desmentido por ‘desmentida’; embromar por ‘perjudicar’, y otras muchas voces similares.


En otro apartado del libro, Capdevila denuncia —aunque no sin humor— una particular muletilla porteña: el agarrismo.[5] Este vicio de estilo consiste básicamente en el empleo indiscriminado del verbo agarrar, como sucede en este ejemplo: «Bueno, apenas el sujeto me dejo solo, agarré y me fui a la oficina… Como vi que estaba mi jefe, agarro y entro». Cuando lo correcto hubiera sido: «Bueno, apenas el sujeto me dejó solo, decidí dirigirme a la oficina… Como vi que estaba mi jefe, opté por entrar».


Otro capítulo interesante es el dedicado al vicio verbal que Capdevilla llama, según vocablo griego, sigmapenia, que no es otra cosa que un barbarismo, muy extendido en toda la comunidad hispanohablante, que consiste en no pronunciar la letra s cuando esta aparece al final de una palabra. Tal como sucede, por ejemplo, en esta secuencia de oraciones: «No, no  vamo a ir. Mientra no sepamo dónde, quedémono aquí».


En suma, Capdevila demostró en cada uno de estos libros que se puede velar por la salud de la lengua española sin perder atractivo, originalidad y picardía. Ahora bien, los tiempos han cambiado, y pese a estar viviendo una época en la que, gracias a Internet, la escritura se ha vuelto en algún punto imprescindible, la gramática ya no goza del prestigio que otrora poseía. Una gran lenidad resguarda a quienes atentan en contra de sus normas —cada vez más elásticas, cada vez más permisivas— tanto en España como en Hispanoamérica. Evidentemente, todo indica que cualquier campaña gramatical que se pretenda llevar a cabo en estos días estará destinada desde un principio a fracasar. Sin embargo, al igual que Arturo Capdevila en su momento, algunos de nosotros insistimos.

 

 





[1] Arturo Capdevila, Babel y el castellano, Buenos Aires, Editorial Losada, 1954.

[2] Ibíd.

[3] Fray Luis de León. De los nombres de Cristo, Madrid, Editorial Cátedra, 1984.

[4] Véase Arturo Capdevila. Consultorio gramatical de urgencia, Buenos Aires, Editorial Losada, 1967.

[5] Véase Arturo Capdevila. Óp. cit.

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