La literatura surrealista. Perspectivas acerca de su vigencia*



I

Preguntarse acerca de la vigencia de la literatura surrealista supone aceptar la vigencia de la literatura a secas y sin adjetivos, y esto es algo que, al menos yo, no estaría tan dispuesto a hacer. La literatura, en un sentido estricto, ya no le interesa a nadie, y si todavía se produce algo medianamente parecido a un texto literario (entendido como un texto con aspiraciones estéticas y, por consiguiente, con un deliberado grado de complejidad discursiva), esto sucede fuera del circuito editorial propiamente dicho, es decir, en circuitos alternativos —como pueden serlo las editoriales independientes o algunos sitios de Internet—. Ante un escenario como el que acabo de describir, ¿se puede pensar entonces en la vigencia de una literatura surrealista? Creo que sí, por la sencilla razón de que el surrealismo es mucho más que una literatura. 

Ninguno de los grupos literarios y artísticos de vanguardia ha tenido la trascendencia del surrealismo. De hecho, la mayoría se ha limitado a afirmar algunos «novedosos» principios estéticos y a experimentarlos en consecuencia, con la presuntuosa certeza de que el resultado provocaría una incomodidad en el lector o espectador de turno. La búsqueda del surrealismo, en cambio, al menos según Yves Duplessis, tenía un fin muy distinto: «liberar al hombre de las cadenas de una civilización demasiado utilitaria»[1]. André Breton, padre indiscutido del movimiento surrealista, nos da ya la pauta de lo ambicioso de su proyecto en esta célebre frase: «Transformemos el mundo, dijo Marx; cambiemos la vida, dijo Rimbaud. Para nosotros, estas dos consignas se funden en una»[2].

Es evidente que tanto Breton como su grupo buscaban escapar de las limitaciones que pesan sobre el sistema de creencias burgués. Para ello, se propusieron eliminar trabas de orden lógico (en rebeldía contra el racionalismo) y de orden moral (tabúes sexuales y sociales). Pero fundamentalmente aspiraron a alcanzar una realidad profunda y verdadera que anulara la oposición de los contrarios, rasgo distintivo del pensamiento dualista de occidente. Decía Breton: «Todo induce a creer que existe cierto punto del espíritu en el que la vida y la muerte, lo real y lo imaginario, lo alto y lo bajo, dejan de ser percibidos contradictoriamente. De manera que es inútil buscar en la actividad surrealista otro móvil que la esperanza en determinar ese punto»[3].

En suma, si admitimos que el surrealismo fue la mayor tentativa por manifestar lo profundamente humano en toda su caótica y contradictoria amplitud, no podremos nunca negarle su vigencia

 II

Por mi parte debo confesar que si bien el libro que hoy presentamos, Leer al surrealismo, está planteado como un derrotero histórico que va desde los poetas malditos a la experiencia surrealista española y latinoamericana, pasando, claro está, por el cubismo literario, el dadaísmo y el surrealismo francés, a su manera también instala el tema que hoy nos toca discutir. Esto puede advertirse especialmente en los capítulos dedicados al surrealismo de habla hispana, donde, por un lado, hago énfasis en la relación existente entre el surrealismo y el barroco, y por el otro, en la influencia surrealista que recibieron autores un poco más contemporáneos.

En el capítulo dedicado a España, por ejemplo, además de mencionar a los precursores Larrea e Hinojosa, a algunos de los poetas del 27 (como Lorca, Alberti y Aleixandre) y a los poetas de la Facción surrealista de Tenerife, le consagro un apartado al postismo del 40 y a la narrativa de Francisco Umbral, esta última publicada primordialmente en las décadas del 70 y el 80 del siglo pasado.

Lo mismo ocurre en el capítulo dedicado a Latinoamérica. Además de los apartados de rigor que tienen como protagonistas a Carpentier, Asturias, Huidobro, Neruda, Paz, el grupo La Mandrágora, Mariátegui y Moro, le consagro un importante espacio a la narrativa del Posboom, representada por Fernando del Paso y su Palinuro de México, novela publicada en 1976.

Para el caso puntual de la Argentina, el recorrido comienza con la revista Martín Fierro y continúa con Aldo Pellegrini, Enrique Molina, el invencionismo, el grupo surrealista argentino de las décadas del 40 y 50, la revista Poesía Buenos Aires y Julio Cortázar. Me hubiera gustado hablar también de la influencia del surrealismo en las letras de Horacio Ferrer y Luis Alberto Spinetta, pero supongo que eso me hubiera hecho extenderme demasiado.

Indudablemente, el surrealismo encuentra en la identidad cultural de Hispanoamérica un terreno fecundo para desarrollarse. Esto puede verse en las tendencias anárquicas, irracionalistas y mágicas de nuestros pueblos, pero también en la desmesura, en la exacerbación del carácter y del sentimiento, en la coexistencia de disposiciones en apariencia contrapuestas, tales como el telurismo y el espiritualismo, el localismo y el cosmopolitismo, lo natural y lo maravilloso, lo arcaico y lo moderno, lo pasado y lo presente.

Con relación a esto, quisiera agregar que el título original de Leer al surrealismo es La poética surrealista. Panorama de una experiencia inacabada, título que alude a la idea de que el surrealismo, como movimiento de vanguardia, no llegó a ver la totalidad de sus postulados originales materializados y, al mismo tiempo, a la sorprendente actualidad que estos exhiben. En las «Palabras preliminares», sin ir más lejos, expongo lo siguiente:


[…] considerar la experiencia surrealista como un hecho periclitado, circunscrito a la atmósfera vanguardista del siglo XX, sería poco menos que un error; por el contrario, es necesario adjudicarle una total y presente validez, tanto en el ámbito del pensamiento como en el artístico, aunque admitiendo su constante y dinámica diversificación. Toda poesía que evidencie cierta apertura lingüística, ciertos vuelcos sorpresivos e irracionales, cierto registro de sueños y premoniciones, cierta exaltación del sexo, cierta rebelión ante la vida cotidiana, estará dentro de las coordenadas surrealistas.[4]


No hay dudas de que el surrealismo fue mucho más que su ortodoxia, que su coyuntura, que su cronología (la prueba está en que la historia y desarrollo del surrealismo no se circunscriben a Francia y a Breton). Tampoco hay dudas de que, así como hay poetas surrealistas, hay poetas «surrealizantes» o «surrealísticos», es decir, poetas que acusan incluso hoy la influencia recibida de este movimiento que fue un hito en la historia de la cultura.

Para concluir, y antes de darle lugar a sus preguntas, me gustaría compartir con ustedes un fragmento de un poema en prosa que escribí hace un par de años, cuyo contenido me parece oportuno:

 

Barroco y surrealista me dicen. Honestamente, no sé dónde termina lo uno y dónde comienza lo otro. Mi barroquismo es visceral, enfático, lleno de la desesperación del que es conocedor del vacío y lo combate. Barroco es aquel que no conforme con vivir en un mundo vacuo, incoloro, moderado, intenta llenarlo con lo que tiene a su alcance. Yo tengo a mi alcance el surrealismo. Dejando toda teoría de lado, afirmo que mi barroco/surrealismo es algo así como una militancia. ¿Y el poema entonces? El poema lo estoy haciendo con mi pecho, lo miro con mi boca, lo oigo con mis ojos y está, seguramente, en algún lugar fuera de esto, digo, de este texto apenas si visible entre mil sueños.[5]

 

 

 

*Texto leído en la presentación de Leer al surrealismo, en LUA (Librería Universitaria Argentina), el 20 de agosto de 2014.



[1] Yves Duplessis. El surrealismo, Barcelona, Salvat Editores, Barcelona, 1960.

[2] André Breton. «Discurso en el Congreso de Escritores», en Manifiestos del surrealismo, Madrid, Guadarrama, 1969.

[3] André Breton. «Segundo manifiesto surrealista», en Manifiestos del surrealismo, Madrid, Guadarrama, 1969.

[4] Flavio Crescenzi. Leer al surrealismo, Buenos Aires, Editorial Quadrata, 2014.

[5] Flavio Crescenzi. La ciudad con Laura, México, Sediento Ediciones, 2012.

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