Algunas palabras sobre «Sujeto tácito», de Esther Pagano*

 




1. Una categoría gramatical para expresar un problema metafísico

 

Participar en la presentación de un libro de la poeta Esther Pagano se me ha ido convirtiendo en un sana y honorable costumbre. Aún recuerdo la tarde en que leí un pequeño ensayo que escribí con motivo de la aparición de Escombros, allá en la Casa de la Provincia de San Juan, y esto fue hace apenas un par de años (lo que demuestra que el tiempo adopta un paso zigzagueante cuando quiere; sí, el tiempo, ese gitano).

Hoy nos toca hablar de Sujeto tácito, un título que despertó en mí un interés especial desde el primer momento en que supe de su existencia. Sucede que, además de la poesía (en cualquiera de sus envases o soportes), lo que más me apasiona como hombre de letras es la gramática, y recordemos que el título del libro que aquí nos ha reunido no es otra cosa que una categoría sintáctica, es decir, gramatical.

En efecto, el sujeto elíptico, omitido o tácito es aquel que no está expresamente señalado en la oración, sino que se infiere a partir de la conjugación del verbo núcleo. Tomemos como ejemplo la primera estrofa del poema de Vicente Aleixandre «Se querían», incluido en La destrucción o el amor, pues ya habrá tiempo para hablar de los de Esther: «Se querían. Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada, / labios saliendo de la noche dura, / labios partidos, sangre, ¿sangre dónde? / Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz»[1], Pues bien, no solo la primera estrofa, sino todo este poema está estructurado sobre oraciones en las que el sujeto está omitido. Sin embargo, por la conjugación verbal, deducimos que el sujeto tácito es el pronombre ellos, que, por supuesto, remite a esos dos que «se querían» (amantes, amigos, familiares, etc.), sin importar cómo se llamen ni dónde lleven adelante su querencia.

¿Acaso estoy sugiriendo que las oraciones de los poemas del libro que presentamos no tienen un sujeto explícito? De ninguna manera. Digo que esta relación sintáctica —signada por la ausencia y la latencia, por lo no dicho, por lo inferido— le sirve a Esther para bosquejar analogías decididamente más profundas.

 

2. Poesía hermética versus poesía mistagógica

 

«El verbo determina al sujeto, incluso cuando este no está presente en la oración». Si se tomara aisladamente este enunciado, es decir, si no supieran ustedes que estoy hablando de sintaxis, es posible que alguien lo interpretara en un sentido ontológico o, si prefieren, religioso. Y es aquí a donde quería llegar. El libro que hoy comentamos no es otra cosa que la exposición de una serie de dudas metafísicas, y convengamos que cualquier duda, una vez que ha sido postulada en términos poéticos, contiene en sí misma sus respuestas.

La duda, en tanto pregunta permanente, atraviesa las páginas de este poemario. En efecto, si nos fijamos bien, todos los poemas del libro, a excepción de «Literatura» (el primer poema de la serie y el único con título), terminan con una pregunta.

Pero están también las otras preguntas, esas que se formulan «tácitamente», esas en cuyas aguas navegan los grandes filósofos de la historia, los grandes religiosos, los grandes pensadores, esas que invitan a especular sobre nuestro origen y nuestro destino espiritual e intelectual («el alfa y el omega»), sobre la existencia de Dios —ese que no sabe «si con su sable condena o juega al ajedrez»—, sobre las fases y las fauces del gran Logos, ese mago que no «deja aliento en la fuga del signo leído».

Observamos, pues, una persecución de lo espiritual, que, según autores como Maritain y Valéry, trata de captar siempre la poesía, especialmente, cierta poesía que palpita más allá de las formas, pero más acá del discurso. La poesía de Esther se manifiesta como un nuevo avatar de esta poesía conceptual, hermética, desértica, cuyos recursos expresivos apuntan a revelar más que a asombrar, esto es, a promover un conocimiento profundo más que a causar un regodeo efímero en los oídos o en los ojos del lector.

Poesía desértica llamé a la de Esther en su momento (al menos, a aquella que leí en Escombros). Aquí, no obstante, hay algunos oasis de luz que vienen a hidratar estos versos encendidos. Uno de ellos, sin ir más lejos, es el poema con que se cierra este periplo filosófico. En él, Esther nos dice ya al comienzo: «Solo encuentro un incendio de pájaros en la forma insurrecta del paisaje». Y esta imagen, para serles sincero, me remite a las otras que también dan forma al paisaje paratextual con el que este libro se presenta al mundo finalmente. Sí, me refiero a las ilustraciones de Guillermo Pagano, muchas de las cuales integran esta muestra.

Pero volvamos al supuesto hermetismo de nuestra autora. Benedetto Croce creía que la poesía hermética no nace de ningún estado psíquico, de ningún éxtasis poético involuntario, de ningún chispazo inspirador; por el contrario, nace de la voluntad, por medio de la reflexión y el cálculo. Piensa, en definitiva, que el hermetismo siempre es deliberado.

Ha de aclararse que, para Croce, la poesía pura abarca dos aspectos muy distintos: el primero es el que se reconoce como el de la poesía hermética, realizada como diversión, pero que no trasciende al hombre; el segundo, el de la poesía mistagógica, que trasciende al hombre y trata de valerse del misterio. Croce entiende que los poetas que practican la poesía mistagógica tratan, como los místicos o los iniciados orientales, de percibir un profundo dictado interior y agrega lo siguiente:

 

[…] al participar de este misticismo, de este orientalismo, ocultismo o magia, el poeta puro se hace grave y serio, su persona aparece envuelta en el misterio, su cabeza se corona de un nimbo, su palabra suena como la de quien promete, con oscuros indicios o con el silencio distribuido solemnemente, maravillosas innovaciones en el mundo y, en cada caso, una nueva manera de sentir el mundo y de comportarse frente a él.[2]  

 

Esto es lo que nos propone Esther en Sujeto tácito, una nueva manera de sentir el mundo, una manera basada en dudas que son versos que al mismo tiempo son preguntas, palabras que enuncian la secreta sintaxis de lo eterno e invisible, aquella gramática que solo la poesía puede al fin y al cabo conjurar.






*Texto leído en la presentación del libro Sujeto tácito, de Esther Pagano, el 10 de febrero de 2022 en Espacio Y, CABA.

 

 


 



[1] Vicente Aleixandre. La destrucción o el amor, Buenos Aires, 2005.

[2] Benedetto Croce. La poesía, Bari, Laterza e Figli, 1946.

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